Hará unos catorce años que mi amiga Susana me regaló por mi cumpleaños la edición número 47 de La sombra del Viento, de Carlos Ruiz Zafón, en una edición muy bonita en tapa dura, cuya lectura supuso un antes y un después en mi maravillosa relación con la literatura. Leer ese libro, o, mejor dicho, devorarlo, hizo que me enamorara del delicioso estilo de su autor, y no sé si quizá se empezó a despertar en mí el gusanillo de la escritura, aunque creo que eso es algo que siempre ha estado ahí. Lo que sí tengo claro es que es una obra que me marcó y que es el primer libro que he vuelto a releer catorce años después, algo curioso en mí porque la relectura nunca se ha encontrado entre mis planes con tantas nuevas obras aún por descubrir.
Llevaba tiempo pensando en volver a leerlo cuando me enteré del triste fallecimiento de su autor, así que, con más motivo, decidí abrir sus páginas de nuevo y sumergirme en lo que, desde el principio, me pareció una novela completamente nueva, como una segunda sombra del viento y, tras catorce años, no me acordaba prácticamente de nada. Aunque no había olvidado el “cementerio de los libros olvidados”, solo recordaba vagamente a cuatro o cinco personajes, los demás habían desaparecido de mi memoria por completo, lo cual me dejó bastante asombrada. De hecho, no recordaba en absoluto a Fermín Romero de Torres, uno de los personajes que más me ha gustado en esta ocasión; en la anterior, lamentablemente no recuerdo quién fue mi preferido. Lo que no había olvidado en absoluto era la esencia literaria de su autor porque creo que se debió adherir a mi alma tantos años atrás, y ese rencuentro, la verdad, es que ha sido maravilloso.
No voy a decir nada nuevo que no se haya dicho ya sobre la belleza de esta historia y la fascinante forma de narrarla, ni sobre tantas historias dentro de una misma historia, solo que guardo dos recuerdos diferentes entre una lectura y otra; no es la misma experiencia la que se tiene antes de los 30 que la que se repite después de los 40. Ese amplio lapso de tiempo siempre alberga bastantes cambios personales que, obviamente, condicionan nuestras valoraciones. De hecho, en esta ocasión no he devorado esta obra, sino que me he deleitado con una lectura más pausada en la que he subrayado numerosas frases que me han resultado soberbias. Y sí que había una comparación de la que me acordaba vagamente y con la que me encontré a poco más de la mitad del libro:
“Se alejó en la tiniebla, portando su cubo y arrastrando su sombra como un velo nupcial”.
A lo mejor, fuera de contexto, a muchos esta frase no les dice nada, pero yo que soy muy fan de las comparaciones, la debí albergar todo este tiempo en el desván de mi memoria y me ha encantado reencontrarme también con ella.
Recuerdo que la sensación dejada hace años por esta obra fue más intensa, más delirante, entiendo que provocada por el efecto de la novedad y que esta vez no habrá sido el caso, por tanto, por la familiaridad y la previa experiencia.
Solo añadir que recomiendo encarecidamente la lectura de La sombra del viento y que ahora llega el turno de mi segunda relectura: El juego del ángel, el segundo libro de la tetralogía de El cementerio de los libros olvidados, de Carlos Ruiz Zafón. Y, luego, por supuesto, me adentraré en los dos libros restantes, que esos aún no los he leído.
SagrarioG
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