Tania estaba desolada, el temporal había quebrado las ramas de infinidad de árboles que, con el peso de la nieve, se habían venido abajo como si de un castillo de naipes se tratara. La fortaleza de los más robustos árboles se había visto comprometida, y finalmente superada, por multitud de blancos copos que uno a uno y poco a poco habían demostrado su superioridad con una progresiva letanía: la de la paciencia, la de la persistencia, la de la unión y, en consecuencia, la de la fuerza conjunta. Lección que en tantas ocasiones nos mostraba la naturaleza, con sus cada vez más crecientes intensidades, pero que nos negábamos a entender desaprovechando sus valiosos aprendizajes.
Ahora un ejército de hielo mostraba la conjunción de sus tropas en la encrucijada del invierno más duro de los últimos tiempos. La ciudad no estaba preparada y las personas tampoco. La sorpresa y el disfrute inicial rápidamente se vieron sustituidos por la indefensión que implicaba la falta de preparación, a pesar de las reiteradas y anticipadas, aunque desoías advertencias. Las inevitables consecuencias se sucedían en los lugares más castigados y menos preparados. Por suerte, la colaboración y la solidaridad, que de continuo emergían, hacían las circunstancias mucho más soportables. Claro que los que arrimaban el hombro eran los mismos de siempre; los que no, se refugiaban en su más que desgastado egoísmo.
Tras el fuerte temporal, las intensas heladas se negaban a dejar marchar a la nieve, la cual, obediente y solícita, se acumulaba en duras montañas que ya no acogían mullidas los pies y palas de los viandantes, sino que los desafiaban con la resbaladiza dureza de su transformación en hielo.
A la desolación de Tania se añadió la inevitable repulsión de ver los efectos de la caída de una persona a causa de ese hielo: a través del roto de un inapropiado vaquero asomaban dos trozos de tibia astillados y separados de forma abrupta. La sangre que se escapaba por el gran corte en la pierna contrastaba con la blanca nieve sobre la que se vertía: rojo caliente y brillante versus blanca y fría también brillante; como una gran pugna por ver cuál de las dos destacaba sobre la otra.
La escena impactaba más si cabe por los gritos del pobre accidentado al que rápidamente atendieron los sanitarios de una ambulancia que había recorrido más kilómetros en los últimos días que en todo el mes anterior. Si a eso se añadía la multitud de salidas durante el extinto año en que había comenzado la pandemia, no quedaría otra que pasar la revisión del vehículo antes por kilómetros que por la llegada de su fecha.
Las mascarillas de los sanitarios disimulaban el cansancio acumulado de meses y meses de intenso e impagable trabajo, el cual seguían desempeñando lo mejor que podían a pesar del poso físico y psicológico que acumulaban en lo más profundo de su alma. La cuerda de su resistencia estaba ya demasiado tensa, Tania se preguntaba en qué momento llegaría el tirón definitivo que la rompería.
Aunque iba con precaución, la joven resbaló varias veces, por fortuna, sin mayores consecuencias. Sabía que no debía salir, no era seguro, pero necesitaba hacer algo de compra y aprovechó para tirar la basura. La había mantenido en su casa mientras no había sido posible la recogida de residuos, pero el servicio ya se había reanudado a pesar de que tanta gente lo hubiera obviado y montañas de basura acompañaran a la nieve en la soledad de las calles de esos fríos días.
Tania miró al cielo, ahora se veía completamente despejado, no había ni una sola nube, y el Sol, con su invernal tibieza, algo contribuía con sus rayos a derretir poco a poco el hielo. Sabía que tarde o temprano retornaría la normalidad, esa de la que tanto se hablaba en los últimos tiempos, aunque resultara bastante más diferente de lo habitual y de lo deseado. También sabía que la Tierra se repondría de los estragos causados a la naturaleza, siempre lo hacía, como sabía que bajo la densa capa de nieve de los campos había vida, mucha vida latente, que emergería con su magnífico esplendor cuando la primavera por fin le tomara el relevo a ese vehemente pero necesario invierno.
SagrarioG
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