Velocidad máxima con tacones
Relatos cortos

Velocidad máxima con tacones

Cualquier mujer que utilice zapatos de tacón sabe que cuando le toca correr con ellos puestos, rápidamente se alcanza una velocidad máxima de la que no se puede pasar, la cual es bastante inferior a la que se podría conseguir con unos zapatos de tacón bajo. ¿Y por qué correr con tacones? se preguntará alguna. Pues porque resulta que hay ocasiones en que te los pones, por ejemplo para ir a trabajar, y cuando llegas a la estación ves que está llegando el tren o el metro de turno y te toca correr porque sino se marcha sin esperarte.

Algo similar me pasó hace no mucho, la verdad es que yo acostumbro a salir con tiempo cuando voy al trabajo, lo suelo hacer de esa manera por si surge algún imprevisto en el transporte que, lamentablemente, es más habitual de lo que me gustaría, pero aún así, aunque tenga tiempo de sobra, si veo el tren o el metro que llega, no puedo evitar echar a correr. Qué se le va a hacer, yo soy de las que siempre corren.

Estaba bajando las escaleras mecánicas de la estación cuando oigo que se aproxima el tren, ese día había estrenado unos zapatos blancos de tacón monísimos y pensé: “¡vaya estreno que vais a tener!” y eché a correr. En otras estaciones, el hecho de oír el tren no implica que tengas que salir corriendo porque dispones de tiempo de sobra para cogerlo, pero si te montas en Getafe Centro, tienes que bajar dos tramos de escaleras mecánicas, luego hay unas decenas de metros hasta que llegas a los tornos y, una vez que los atraviesas, tienes que cubrir otro tramo en el andén hasta que llegas a la primera puerta del vagón por la que por fin puedes subir. Es decir, que llegar a la estación y oír que el tren llega, nunca es garantía de éxito para montarse en él.

La experiencia me decía que encontrándome ya en el segundo tramo de escaleras en el momento de oír el tren podía permitirme llegar a cogerlo incluso llevando tacones, así que puse todo mi empeño en esta tarea. Empecé a correr a esa velocidad máxima que mis zapatos nuevos me permitían y pude atravesar los tornos mientras los pasajeros bajaban del tren ya parado este en la estación.

Tanto ímpetu llevaba que, en una de las zancadas, se me salió el zapato del talón del pie derecho y cuando quise volver a encajarlo en su sitio, pillé con él el bajo de mi pantalón y el resultado fue que el zapato quedó perfectamente encajado, vamos que ahora sí que no se salía de ninguna manera, pero cuando llevas unos pantalones de talle bajo solo sujetados por una goma, si te agachas, corres el riesgo de empezar a enseñar la ropa interior y, quizás, un poco del cachete del culo, así que el riesgo estaba más que servido.

Mientras seguía corriendo con mayor dificultad por encontrarme de esa guisa, vi que delante de mi corría también un hombre que tenía la misma intención de coger el tren que yo y, tan concentrado se encontraba en su objetivo, que se le cayó el móvil del bolsillo trasero del pantalón y no se dio ni cuenta de ello. Así que vi cómo su terminal golpeaba contra el suelo y quedaba esparcido en tres partes: móvil, batería y tapa. Y ahí estaba yo, viendo como el hombre iba directo a coger el tren dejando su móvil detrás de sí pero justo frente a mí, planteándome entonces el gran dilema.

Esta situación se tarda más en leer de lo que tardé yo en procesar mis diferentes opciones, es decir, si me paraba a recoger los tres trozos de móvil, corría el riesgo de perder el tren y, lo que es peor, si el hombre llegaba a montarse en él, me quedaría yo con su móvil en la mano y con cara de tonta en el andén. Pero pensé que como tenía tiempo de sobra para llegar al trabajo, podía permitirme el lujo de poder perderlo y esperar los 6 minutos que tarda el siguiente tren en llegar y así intentar darle el móvil a ese pobre hombre que ni se había dado cuenta de que se le había caído. Si hubiera sido mi caso, me habría gustado que actuaran de esa manera y eso es lo que decidí intentar hacer, al fin y al cabo, si me quedaba con su móvil en el andén, habría sido lo mismo que si hubiera pasado de él, hubiera alcanzado el tren o no, ese hombre se habría quedado sin su teléfono de todas formas.

Entonces rápidamente pegué un tirón de mi pantalón para sacar el bajo pillado por el zapato, que si me agachaba de esa manera corría el riesgo de desnudarme de más. Lo malo es que los tres trozos de móvil no estaban juntitos en el suelo, sino que habían quedado algo esparcidos, así que tuve que hacer varias maniobras sobre mis tacones a ras del suelo para hacerme con las tres piezas y, además, intentando emular la velocidad del rayo.

Una vez que tuve los trozos de móvil en mi poder, seguí corriendo y vi como el hombre entraba en el vagón y, poco después, afortunadamente, conseguí entrar yo también, casi al instante en que la señal acústica se oía y las puertas del tren empezaban a cerrarse. “Misión cumplida”, pensé y, además, por partida doble y encima mis zapatos habían superado la prueba de fuego en su día de estreno.

Ya montada en el tren y mientras recuperaba el resuello, vi que el hombre del móvil iba andando vagón adelante a un ritmo bastante rápido entre la numerosa gente que se encontraba de pie por ser hora punta, así que me puse a seguirle y a esquivar pasajeros pensando que la odisea aún no había terminado. Pero este señor avanzaba más rápido si cabe, qué habilidad para sortear personas tenía y, para más inri, pasó al siguiente vagón con una servidora yendo detrás de él, claro.

Yo estaba alucinando, o sea que después de coger el móvil y el tren in extremis, resulta que le iba a tener que seguir varios vagones adelante todavía, así que viendo que la cosa tenía visos de seguir en modo persecutorio un rato más, decidí darle una voz para que parara y solté en alto algo así como: “¡A ver, ese hombre que va andando tan rápido, que se pare!” Y, por suerte para mí, efectivamente se paró y se volvió, él y casi todo el vagón, que se quedó pendiente de la tía de los tacones blancos que estaba voceando. Yo hice caso omiso del resto de los asistentes a esta curiosa escena y acercándome a mi hombre en cuestión, levanté la mano enseñándole el teléfono y le dije “Se le ha caído su móvil en el andén” y le puse en las manos los trozos añadiendo “y ya lo ensambla usted, si eso…”

El hombre me miró bastante sorprendido y se echó la mano al bolsillo trasero del pantalón para comprobar que, efectivamente, su móvil ya no estaba allí y que era lo que ahora le acababa de poner yo en las manos y, acto seguido, me dio las gracias muy encarecidamente, y así hasta en tres ocasiones más. De hecho, ya se quedó en ese mismo vagón montando las piezas y cuando llegó a su parada, una antes que yo, me volvió a dar las gracias antes de apearse del tren.

La verdad es que me quedé bastante satisfecha con la buena acción del día, pero si hubiera tenido que repetir algo similar en ese momento, no sé si habría sido capaz de repetir la hazaña. Así que esta es la moraleja: no os guardéis el móvil en el bolsillo trasero del pantalón a no ser que lo llevéis bastante apretado, e intentad que no peligre vuestra integridad física (y estética) si os toca correr con tacones.

SagrarioG
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  1. Sagrario Sanz Barreras

    Una buena acción bien merece un buen aplauso.

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