Tenía muchas ganas de escribir, le picaban los dedos; sin embargo, su mente no estaba por la labor, se había negado a que cualquier idea mínimamente creativa se asomara a ella. Había colgado el cartel de: «cerrado indefinidamente».
Se dio unos toquecitos en la sien como intento de llamada de atención, pero nada de nada, el bloqueo era más que manifiesto. Así que, desalentado, decidió dedicar un rato a la lectura, a ver si eso despertaba su inspiración. Se fue a su pequeña pero encantadora biblioteca y cerró los ojos para escoger un libro al azar. Cuando volvió a abrirlos para descubrir qué ejemplar había sido el afortunado, leyó con sorpresa «1080 recetas de cocina» de Simone Ortega.
—Bueno, cambio de planes. —dijo pensando en alto.
Decidió volver a dejar al azar la elección de la receta a cocinar; si disponía de los ingredientes, no habría problema. Abrió el recetario y la suerte esta vez se decantó por unas empanadillas. Así que se metió en faena con ganas de volcar su buen hacer a nivel culinario en lugar de literario y, como resultado, salieron unas suculentas empanadillas que estaban para chuparse los dedos.
Mientras cocinaba, su mente se relajó y atrajo una idea maravillosa a la que empezó a dar forma después de dar buena cuenta de las empanadillas. Una disparatada historia inspirada en la receta y en su tía de Móstoles alimentó las carcajadas de infinidad de televidentes aquella Nochevieja de 1986. Más de treinta y cinco años después seguiría siendo recordada.
SagrarioG
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