Tres noches sin dormir, tres noches con los ojos como platos y mi mente haciendo un barrido incesante por decenas de pensamientos absurdos, incongruentes, incluso conspiranoicos.
Apenas había amanecido, pero me levanté de la cama arrastrando mi cuerpo como si lastrara gruesas cadenas, que hasta veía reflejadas en la tenue sombra que apenas proyectaba en la pared un tímido amanecer.
Mis ojeras iban a juego con el contenido de mi taza de café, hoy más amargo de lo normal, así que conjugado con mi propia vida. Apenas un trago, mi inmediato gesto de desagrado y su contenido desechado por el desagüe del fregadero, pero la permanencia de ese gusto aciago en mi boca que se esforzaba por permanecer más de lo habitual. No era solo el sabor del café.
Hacía tres días todo estaba bien o por lo menos en su sitio, pero ahora todo eso se había descolocado, como si el armónico puzle que fuera mi vida se hubiera caído al suelo y todas sus piezas se hubiesen desperdigado, dejando solo unas pocas unidas pero en el centro de un caos de derechos, reveses, inconexiones y desconexiones. Aún no había sido capaz de agacharme a recoger esas piezas, se me antojaba harto difícil sin alcanzar la fase de asimilación, ya que después de tres días, aún seguía en estado de shock y, cuando lo superara, si es que lo conseguía, me tocaría pasar por la inevitable fase de la negación.
Solo tres días en las que tres cuestiones se habían convertido en el centro de mi vida: enfermedad, ruptura y quiebra. Los repetidos brindis por la salud, el amor y la prosperidad habían caído en saco roto. Ya no quedaba nada por lo que brindar, si acaso tan solo estrellar la copa contra la pared y luego recoger los cristales, pero con la certeza de que mucho tiempo después seguirían apareciendo pedazos rotos en cualquier rincón y con la intención de clavarse en mi alma.
Tres días más para superar el shock y pasar a la fase de negación alternando el “no puede ser cierto” con las habituales preguntas sin respuesta: “¿por qué a mí?” o “¿qué he hecho yo para merecer esto?” Y cuestiones por el estilo. Otros tres días más para dejar las preguntas y resignarme con la frase más repetida en los días siguientes: “es lo que toca”.
Sabía que llegaría el momento de reinventarme, pero antes tenía que recoger las piezas del puzle, barrer los cristales y arrojarlo todo al cubo de la basura. Tiré también el cubo.
Las fuerzas ya no eran las mismas, mi capacidad se había visto mermada, quizás la dosis de ilusión era algo baja, pero había llegado el momento de comenzar de nuevo y mi determinación sí que estaba intacta. Volvería a alzar mi copa de nuevo aunque estuviera desportillada.
SagrarioG
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