Me encontraba al pie de la montaña tratando de vislumbrar cómo coronaría la cima. Sabía que estaría bien acompañada, pero sería yo quien tendría que ir al frente y recibir de cara todas las adversidades que surgieran. No había elegido tal nivel de dificultad, me había venido dado, sin embargo, mi optimismo y fuerza de voluntad me hacían sentir ganadora.
El inicio del ascenso no llegó con sutileza, se mostró cruelmente abrupto desde mis primeros pasos, y sin haber podido recuperar apenas el resuello, me preparé para continuar con el tramo más arduo del recorrido. Hubo momentos en que pensé en echarme atrás, aunque solo durante un breve instante pude admitir albergar cierta debilidad, desistir no se admitía en mi diccionario.
Logré mantener el ritmo mientras me iba adentrando en el corazón de la tormenta y, una vez inmersa en ella, esta se adueñó de mi ya frágil fortaleza física casi en su totalidad. Con las pocas fuerzas que me quedaban, afronté el frío del agua y la fuerza del viento hasta que pasaron las duras inclemencias, pero llegó el momento en que finalmente escampó. Entonces yací agotada.
Tras el necesario periodo de recuperación, pude resurgir cual Ave Fénix de mis cenizas y retomé con ilusión el camino, tornándose mucho más llevadero para culminarlo finalmente con mi llegada a la cima. Cuando por fin lo logré, disfruté de lleno con las vistas y con el plácido y maravilloso descenso, así como de mi posterior llegada a las llanuras.
Mi fortaleza física flaqueó sobremanera, pero mi perseverancia y fortaleza mental siempre permanecieron intactas, ellas me hicieron salir victoriosa.
SagrarioG
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