Su reflejo en el agua era lo único que veía, deformado por el movimiento del líquido elemento al ser acariciado por el viento.
Un reflejo de su rostro donde no había expresión alguna que denotara lo más mínimo su estado de ánimo. Impasible, con la vista fija en ese reflejo, ahora más quieto por la repentina marcha del viento. Sabía que, si sonreía, el agua le sonreiría también y no podía permitirlo, ese vital y translúcido elemento no solo absorbía parte de la luz, sino que la otra parte se reflejaba en su superficie como ahora estaba haciendo con ella.
No soportaba los espejos, hacía años que no se miraba en uno, y verse ahora reflejada en el agua le resultaba doloroso. Recordó cómo se escondía en el viejo armario con su gran espejo en el fondo que reflejaba lo que sucedía en la habitación con la poca luz que se filtraba a través de las puertas semiabiertas, esas que nunca pudo cerrar del todo desde el interior. Intentaba no mirar, pero no podía evitarlo, así sabía si después vendría a por ella, y veía el reflejo de la cruel escena tras su rostro atemorizado y surcado por las lágrimas.
El día que tuvo el valor de esconderse en el armario junto con un gran cuchillo, no fue a por ella, pero dejó el cuchillo allí para la siguiente ocasión que no tardaría en llegar. Cuando llegó, no lo dudó, y le clavó el cuchillo en el pecho, que era la altura a la que le llegaba y, tras la sorpresa de él y su rápida muerte, corrió a abrazar a su madre que estaba inconsciente en el suelo por los golpes. Ese día quedó huérfana de padre y madre, pasando a depender de los servicios sociales.
Se agachó, cogió una piedra y la lanzó contra su reflejo, entonces las ondas emborronaron la visión que el agua le devolvía.
Se agachó de nuevo, pero esta vez acercó su cara al agua y, cuando casi rozó sus labios con la superficie del lago, pensó que le gustaría ver la escena desde el otro lado y, sin pensárselo dos veces, se lanzó sobre su reflejo. Sin embargo, desde el otro lado no vio nada porque ya no había nada que reflejar. Se hundió en un reflejo inexistente, nadie le había enseñado a nadar.
Las víctimas de violencia de género son demasiadas: las que lo han sufrido, las que lo sufren, las que ya no están, las familias y amigos de las víctimas y, por supuesto, los hijos de las víctimas.
SagrarioG
Sígueme en Facebook

Estarás al día de las publicaciones y te enviaré el relato de intriga
Cómo elegir una forma de morir, ¿te atreves a leerlo?
Sólo tienes que rellenar el siguiente formulario: