Me aconsejaron contar hasta diez antes de hablar, antes de explotar y soltar una retahíla de palabras hirientemente sinceras y cargadas con la emoción del momento. Al principio, me resultó complicado y, para mí, opinar sobre cuestiones vehementes consistía en escupir abiertamente mis pensamientos pesara a quien pesara pero, con el tiempo, aprendí a tomarme unos momentos antes de responder para sosegarme, mantener la compostura y evitar arrepentirme después del tono de lo inevitablemente ya dicho.
Algo que nunca estuve dispuesta a aprender fue a callarme lo que pensaba, porque eso era algo que atentaba contra de mis principios. Podía meditar bien mi respuesta antes de emitirla y suavizar su tono sosegando la emotividad provocada, pero nunca guardarme mi punto de vista sobre nada ni ante nadie.
El contexto hipócrita en el que me encontraba inmersa censuraba continuamente mi comportamiento, no estaba bien que dijera lo que pensaba cuando la inmensa mayoría se callaba lo que la falsedad de su mirada no conseguía ocultar y, por ello, se me veía como una persona políticamente incorrecta y, en definitiva, incómoda y molesta.
Entonces él quiso hablarme, trasladarme su descontento por mi cuestionable actitud y su interés en que cesara en tales comportamientos. Entonces yo le informé de mi disentimiento y de mi firme voluntad de continuar actuando como lo había hecho hasta ahora, y aproveché la oportunidad para opinar sobre su más que indeseable actitud. Recibí amenazas para las que solicité concreción, pero su falta de agallas enseguida hicieron que quedaran veladas, así que no solo opiné, sino que actué en consecuencia.
Obvié los continuos desaires y las actitudes reprobatorias hacia mí y traté que otros como yo alzaran su voz más allá de sus anteriormente coartados pensamientos, alcanzando por fin mi objetivo. Conseguimos hacer de la manifestación de la sincera opinión una práctica sumamente extendida y logramos limitar los intentos de coacción de nuestra libertad de expresión y también de obra.
Nuestra mejor arma y gran aliada: la palabra, no solo verbal sino también escrita, y la firme voluntad de aprovechar todo su potencial de manera constructiva.