Dónde están mis bragas Segunda parte
Relatos cortos

¿Dónde están mis bragas? Segunda parte

A la hora acordada, ella se dirigió a la sala de reuniones, estaba de los nervios y bastante bloqueada por la situación. Cuando llegó, él ya estaba allí y, nada más verle, nuevas escenas de la noche del sábado vinieron a su cabeza haciendo que, de repente, le subieran los calores y le flojearan las piernas.

El comienzo de la reunión fue un desastre, notaba con intensidad el rubor en sus mejillas y apenas daba pie con bola en lo que quería decir, incluso tartamudeaba a veces. Sin embargo, él estaba tan ancho, hablando con normalidad, llevando las riendas de la reunión, como si en vez de ser él el nuevo, lo fuera ella. Por fortuna, poco a poco, se fue serenando y pudo continuar con la conversación de una forma mucho más digna y profesional.

Al principio solo hablaron de trabajo, ni un comentario de lo sucedido entre ellos, pero se produjo alguna situación de silencio prolongado en las que las miradas se mantuvieron también durante tiempo y con intensidad por ambas partes, que hicieron subir considerablemente la temperatura de la sala y, nuevamente, el rubor a las mejillas de ella. Al final él decidió romper la tensión:

–No sé tú, pero a mí todavía me duran los efectos de haberme excedido con las copas el sábado, no tendrás un ibuprofeno, ¿verdad? –Dijo con una media sonrisa.

–Eh… sí, claro, suelo llevar en el bolso. Vamos a mi sitio y miro si tengo alguno.

Se dirigieron al puesto de trabajo de ella, quien se puso a rebuscar en su bolso y sacó un blíster de ibuprofeno que justamente llevaba enganchadas sus bragas en él. Ello, supuso el tercer momento del día de rubor en sus mejillas, pero ya con estatus cercano al incendio, acompañado de una sonora carcajada de él. Mientras resoplaba, desenganchó rápidamente las bragas y las metió en el bolso lo más al fondo que pudo y mirándolas con furia; a continuación, suavizó el gesto, cogió una pastilla y se la entregó, quien le dio las gracias y se marchó divertido a por agua.

Durante la jornada de trabajo, coincidieron un par de veces más, pero solo cruzaron miradas y alguna que otra sonrisa. A la hora de salir, ella decidió tomar las riendas de la situación y se dirigió resuelta hacia el puesto de trabajo de él, que estaba recogiendo sus cosas.

–He pensado que quizás te apetezca tomar un café. –Dijo ella sin vacilar.

­–Ya pensaba que no me lo ibas a proponer nunca. –Respondió él con una radiante sonrisa que la volvió a provocar otra leve flojera de piernas.

–También me lo podrías haber propuesto tú, ¿no? –Dijo ella, simulando sentirse ofendida.

–Y lo habría hecho si no me hubieras tomado la delantera. –Respondió él, poniendo gesto interesante.

Entonces, salieron juntos de la oficina y el café duró el tiempo necesario que les llevó reconstruir lo sucedido durante la noche del sábado con los retazos de recuerdos que pudo aportar cada uno. Eso sí, sin entrar en los detalles más candentes, porque después se marcharon a casa de él para repetir la escena y, esta vez, con total lucidez y, por tanto, con total capacidad de disfrute y posterior rememoración. Además, en esta ocasión ella no se marchó sin sus bragas.

SagrarioG
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