Doña Angustias
Relatos cortos

Doña Angustias

Doña Angustias se pasaba el día quejándose, se quejaba de sus achaques, que si le dolía esto, que si le dolía aquello. Se quejaba de la gente, que si fulanito había dicho tal cosa, o si menganito había hecho tal otra. 

También se quejaba continuamente del clima, cuando llovía porque llovía, cuando no llovía porque no lo hacía, y la temperatura nunca era la adecuada, o hacía demasiado frío o hacía demasiado calor. 

¿Y qué decir de su tiempo? Decía que nunca tenía tiempo para nada, que se pasaba el día pendiente de sus hijos aunque ya no estaban en casa, de su marido, de la casa, de la compra, de la comida y no tenía un minuto para sí misma. 

Encontrarse con ella era terrible, soltaba su retahíla de quejas en un monólogo abrumador e incesante en el que no había opción a meter baza, y esa situación podía durar hasta que ella quisiera, porque cuando lo consideraba, cortaba la conversación diciendo la prisa que tenía porque no le daba tiempo a todo lo que tenía que hacer. 

La señora Angustias hacía honor a su nombre, era una mujer tremendamente angustiada, pero lo peor era su afán por manifestarlo a todas horas. Yo tenía pánico a encontrarme con ella y cuando lo hacía, trataba de pasar inadvertida. A veces lo conseguía, pero cuando la suerte estaba en mi contra, tiraba del viejo truco de aludir a mi propia prisa, pero a ella le daba igual, si tenía ganas de charlar yo estaba perdida. 

La última vez que me la encontré fue de repente y nada más torcer una esquina, allí estaba ella justo frente a mí, con su falda gris de tubo y su carrito de la compra en ristre. Me di cuenta inmediatamente de que no tenía escapatoria y, pobre de mí, articulé un débil saludo mientras trataba de prepararme para la que se me venía encima. Ella también me saludó y esbozó una amplia sonrisa que me dejó estupefacta y, acto seguido, me dijo: “Pues está el día agradable hoy, ¿verdad muchacha?”. Yo simplemente acerté a soltar un leve “sí” mientras asentía con la cabeza y, después de eso, ella mantuvo la sonrisa mientras reanudaba su camino. 

Me volví a mirar cómo se marchaba mientras apoyaba mi barbilla sobre la mano en una postura típicamente pensativa, cavilando sobre qué astros se habrían alineado ese día para la nada habitual actitud de la señora Angustias: sonrisa, estar contenta con el clima y parca en palabras. Entonces ella se volvió y me miró e, inmediatamente, tornó a un gesto ceñudo y me increpó: “¿por qué me miras así, es que tengo monos en la cara? Si es que los jóvenes de hoy no tenéis respeto por nada”. 

No sé qué más soltó por su boca porque yo di media vuelta y me marché a toda prisa, eso sí, lo que me quedó más que claro es que la cabra que es de monte, al monte tira; y la señora Angustias, a sus 60 años, obviamente no iba a ser menos. 

SagrarioG
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  1. luis Garcia

    Un personaje más de esta representación que es la vida. ¿Cuál es el próximo?

    • admin

      Tengo algunos más entre bastidores, en breve saldrán a escena.

  2. Dulce Amargo

    Me encantó. Iba leyendo y algunos rostros conocidos se dibujaban en mi pensamiento jajaja…

    • admin

      Creo que todos conocemos a alguien parecido a Doña Angustias, ¿verdad? Gracias por comentar.

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