Desde que nacemos y a medida que vamos creciendo, la sociedad en la que vivimos nos va imponiendo una serie de normas y eso, a su vez, nos genera unas limitaciones; es decir, al no vivir en la selva y ser “animales sociales” o aceptamos esas normas y nos socializamos o nos convertimos en unos inadaptados.
Todas las personas tenemos algún potencial que puede que nunca lleguemos a desarrollar, bien porque no nos demos cuenta de que está ahí o, simplemente, porque no hemos tenido hasta el momento la oportunidad para ello. Pienso en un violinista genial que toca en el metro y sobre el que creo que, posiblemente, lo haga mejor que otros que tocan en una orquesta. Pero fíjate, aquí estoy dando por hecho que su lugar debería ser una orquesta, a lo mejor su opción ha sido tocar en el metro porque así es realmente feliz. Sé que habrá a quien este pensamiento le pueda resultar disparatado.
Lo importante aquí es que la persona tenga claro lo que quiere ser, lo que quiere hacer y luchar por conseguirlo. Si alguien no tiene claro cuál es su objetivo en la vida, debería pararse y pensar muy seriamente en ello, es realmente triste que la existencia consista en dejarse llevar como lo haría una rama rota en la corriente de un río, es decir, sin un rumbo definido y, posiblemente, a la deriva.
Una vez que se tiene claro el objetivo que guiará nuestro devenir en este mundo, será importante elaborar nuestro plan de acción basado en nuestras propias normas, las que nosotros queramos establecer y no las que nos impongan. Lógicamente, siempre con cordura y, desde luego, con ética, la consecución de nuestros objetivos tiene que tener asentados unos valores base de respeto y tolerancia hacia el resto de personas que tienen su propio devenir.
Si estamos convencidos de lo que queremos, dicha convicción guiará nuestros actos con entusiasmo y optimismo, básico en el logro de objetivos. No tener convicción, motivación o convencimiento nos abocará irremediablemente al fracaso, por ello es fundamental que sean nuestros propios objetivos, y no los de otros, los que tratemos de conseguir. Si yo quiero ser bombero y mi padre quiere que sea médico, nos encontramos con un conflicto, pero realmente fácil de solucionar: yo soy, luego yo decido.
Las actuaciones en la vida con entusiasmo se realizan mejor, obviamente siempre hacemos cosas que no nos agradan, pero si conseguimos que estas sean las menos y las que nos agradan sean las más, podremos disfrutar de llevar las riendas de nuestra propia vida y, quizás, consigamos sacar incluso algo de agrado de las que no nos suelen gustar tanto.
Habrá que probar, ¿no? Está claro que el que no arriesga, no gana.
SagrarioG
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