“El día que nunca llega”, me gusta esa canción de Metallica y mientras mi marido la está tocando con su guitarra y escucho a James Heatfield de fondo dándolo todo, pienso en el sentido de esta frase.
La expectativa de una vida mejor nos hace anclarnos en la poco saludable costumbre de estar insatisfechos con nuestra vida pensando que el hecho de que eso cambie estará sujeto siempre a acontecimientos externos. Cuando acabe de estudiar, cuando encuentre un trabajo, cuando termine de pagar la hipoteca, cuando me case, cuando tenga hijos, cuando los hijos se marchen de casa, cuando me toque la lotería…
Algunas de esas circunstancias se van produciendo y nos seguimos sintiendo insatisfechos con nuestra vida porque seguimos supeditando nuestra felicidad a nuevos acontecimientos externos posteriores y, además, algunos de ellos ni siquiera se producen, como por ejemplo el de que nos toque la lotería.
La especie humana somos una especie eminentemente insatisfecha y, por tanto, frustrada. Seguimos pensando que la felicidad está en las cosas de fuera y pasamos por ciertas crisis que nos hacen intentar introducir cambios externos para lograr esa satisfacción en cosas que realmente no nos la pueden aportar. Llega la crisis de los 40, nos apuntamos al gimnasio, planificamos hacer el viaje de nuestra vida o cualquier otra actividad que se nos ocurra, pero nos seguimos sintiendo insatisfechos y al final, cuando nos llega la hora de abandonar este mundo, nos damos cuenta de que hemos agotado nuestro tiempo sin lograr nuestro objetivo de felicidad y todo por tener una perspectiva totalmente equivocada.
Cuando alguien sale de viaje para disfrutar de unas merecidas vacaciones, normalmente está deseando llegar a su destino y no empieza a disfrutar hasta que ha completado el desplazamiento. Muchas veces nos dicen que ya estamos de vacaciones y que empecemos a disfrutar de ese tiempo de ocio desde el propio camino, pero no solemos hacerlo porque tenemos en la cabeza la idea de que hay que llegar al destino para que lo bueno comience.
Con la vida sucede lo mismo, no hay que pensar en la satisfacción de obtener un objetivo supeditado exclusivamente a su logro, sino centrarse en disfrutar del propio camino para lograrlo desde su comienzo, independientemente del resultado. Caso contrario, nos pasaremos toda la vida con una sensación de tránsito y espera en lugar de esa culminación que quizás no alcancemos, e incluso aunque se produzca el cumplimiento de nuestros objetivos, seguiremos en esa situación continua de insatisfacción porque mantendremos la dinámica de condicionar nuestra felicidad una y otra vez a nuevos eventos externos.
Por ejemplo, alguien podrá decir que no está satisfecho con su trabajo, entre otras cosas. Pues con el tiempo que le dedicamos a ello y si además le añadimos el pesar de levantarnos por las mañanas para ir a trabajar, síndrome postvacacional, etc, cuánto tiempo de insatisfacción continuado, ¿no? No supeditemos nuestra satisfacción a ese hecho externo: un trabajo que no nos gusta, empecemos a trabajar en nuestra propia satisfacción interna, es decir, estar bien por dentro para estar bien por fuera.
¿Y cómo se hace eso? Pues primero con voluntad de cambio, querer hacerlo y no ser un mero espectador pasivo de nuestra vida insatisfecha porque simplemente nos conformamos con lo que tenemos y, levemente, nos consolamos con la llegada del fin de semana y las vacaciones a modo de limitada compensación. Y, después, haciendo nuestro trabajo con pasión, con interés y lo mejor que podamos, desplegando toda nuestra maestría y profesionalidad con alegría y disfrutando del proceso y de la satisfacción personal que produce el trabajo bien hecho. Y obviamente, buscando mientras una alternativa laboral que nos pueda aportar más que la actual, pero sin supeditar tampoco a su logro nuestra mejoría.
Puede parecer complicado desempeñar con alegría un trabajo no nos satisface y más aún si pensamos que nuestro jefe no se merece en absoluto nuestro buen hacer, pero te animo a que hagas balance de tu vida y sopeses las consecuencias de tanto tiempo de insatisfacción para que decidas si realmente merece la pena intentarlo, no sólo en el ámbito laboral, sino en todos los demás ámbitos de tu vida. Y sí, hay que trabajar sobre ello, no viene solo y no es sencillo desterrar un hábito tan bien arraigado porque, además, habrá días que nos resulte más complicado ponernos a ello, pero si no lo intentamos, nadie va a venir a hacerlo por nosotros. Así que somos exclusivamente nosotros quienes tenemos que provocarlo y empezar a disfrutar, además, del apasionante camino que conlleva.
Coincido con este punto de vista… Cuando una situación de nuestra vida nos ahoga, de nada sirve activar el «modo supervivencia» hasta que algo externo nos saque de ahí. Es mejor el modo «voluntad de cambio» y tomar las riendas.
Efectivamente. Muchas gracias por tu comentario, Teresa. Saludos.