En estos tiempos convulsos donde las comunicaciones viajan casi tan rápido como lo hace la luz, nos encontramos con la oportunidad de poder opinar sobre diversidad de temas y responder a casi cualquiera que se pronuncie en la red. Eso es algo que, a priori, parece estar muy bien, cuánta facilidad para que podamos manifestar nuestra forma de ver las cosas pero, como todo, debe tener un límite.
Ese límite está muy bien establecido por dos valores que son los de la tolerancia y el respeto y hay personas que los conocen muy bien y que no necesitan estar pendientes de ellos porque en su sentido común los tienen muy bien asentados. Sin embargo, hay otras personas que no saben discernir dónde acaba su libertad porque comienza la de los demás.
Vivimos en sociedad y como animales sociales que somos, tenemos una serie de derechos y obligaciones. Nos gusta hablar mucho de la libertad de expresión pero si queremos hablar muy alto debemos considerar si el volumen de nuestra voz está afectando a la libertad de nuestro vecino de poder disfrutar de su silencio.
La tolerancia y el respeto hacia los demás proceden del sentido común y de tener un mínimo de empatía, es decir, de capacidad de ponernos en el lugar del prójimo. Si alguien da una opinión ciertamente controvertida, también habrá que apelar a ese sentido común para valorar las implicaciones de su comentario y no llegar al extremo de imponerle una sanción desmesurada como puede ser una pena de cárcel.
Se avivan los debates sobre las sanciones a imponer para ciertos tipos de comentarios en Internet, muchos de ellos ciertamente detestables, pero la actualización de las leyes no se produce a la misma velocidad con la que evolucionan las comunicaciones. Quizás no haya que intentar alcanzar ese ritmo en la legislación, quizás haya que mirar más hacia atrás que hacia delante y buscar el origen de esa terrible falta de sentido común para tratar de subsanarlo.
Educación, educación y educación, volvemos una y otra vez a lo mismo. Pero es complicado el tema cuando en 35 años hemos tenido 7 reformas educativas en España y los recortes en este ámbito han sido bestiales. Es complicado cuando los padres de hoy viven estresados con unos horarios laborales incompatibles con la vida familiar y el poco tiempo que tienen es para ayudar a sus hijos con deberes y más deberes. Es complicado cuando esos padres no controlan que sus hijos pasen horas y horas con sus móviles, tablets y demás dispositivos electrónicos, exponiéndose a una sobreestimulación sensorial y teniendo libre acceso a cierta información y personas que les pueden influir negativamente, por no hablar de los riesgos asociados. Así que o los hijos salen de manera innata con el sentido común bien desarrollado o los legisladores se tendrán que poner las pilas para establecer las sanciones de todo lo que está por venir.