Susúrrame al oído suave y dulce, mientras rozas con tus labios y tu nariz en mi oreja.
Haz que me olvide por un momento del resto del mundo y de sus inquietantes incongruencias.
Que mientras se me ponen los pelillos de punta, dejaré de preguntarme si, quizás, los raros en esta tierra seamos tú y yo.
Y aunque realmente así sea, que le den al resto del mundo y a sus muñecos de guiñol.
Por favor, continuemos siendo los raros y, en nuestra deliciosa rareza, sigue susurrándome suave y dulce al oído.