Miro pero no veo, está todo difuminado.
Oigo pero no escucho, solo hay un murmullo lejano.
Hablo pero no expreso, mi mente está callada.
Decido pero no actúo, me detengo en la quietud.
Me pierdo en el infinito una vez más, serena, tranquila, relajada. Ya no hay demonios, no pueden aflorar desde mi averno particular, no les dejo, están retenidos, controlados, sometidos. Entonces vuelvo…
Miro y ahora veo con mayor claridad.
Oigo y escucho atentamente los sonidos que me rodean.
Hablo y transmito alto, claro y con seguridad.
Y decido actuar, basándome en decisiones meditadas.
Me gusta perderme, evadirme, desconectarme, para luego volver a la realidad y percibirla con mayor intensidad. La desconexión mejora mi perspectiva y mi visión del mundo es más amplia, más plena, más intensa.