He contraído esa enfermedad
de las letras que se juntan
para construir palabras,
de las oraciones que fluyen
en rimas encadenadas.
De locuciones que germinan
en infinidad de versos
que a veces surgen sutiles;
otras, con la fuerza del viento
en huracanes de sentimientos.
Cuando las aliteraciones resuenan
e inciden en los significados
de lo que es digno de destacar
y no puede ser sutilizado,
el sonido nunca se deja de lado.
Donde la luna es una prosopopeya
que me guía con sus influjos
y el reloj me esconde las horas
para que siga creando, fluyendo:
conjugando palabras en versos.
Analogías que conforman metáforas,
metáforas que componen una alegoría,
símiles que alcanzan el estatus de hipérbole,
paradojas que se transforman en ironías.
De todo eso es capaz la dulce y sinestésica poesía.
La etopeya me define como ávida escritora
llenando mi mente con infinidad de historias
en esa suerte de epítetos y perífrasis retórica
cuando a veces no soy directa en lo que digo,
sino que ornamento todas y cada una de mis estrofas.
Un silencio ensordecedor
acomoda al oxímoron en mis letras
en una suerte de contradicción
que termina por agotar mis ideas
que se desvanecen de abrupta manera.
He contraído esa enfermedad
que se llama poesía
y hoy cierra una anáfora
con su repetición rítmica
esta curiosa sesión de lírica.
SagrarioG
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